POESÍA | Selección de Hamid el Sayegh
- Revista Deriva
- 21 ago
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Escribir es una necesidad. Si yo no estoy escribiendo, le falta algo a mi vida.
Un recuerdo de ti
Cerré los ojos,
imaginé que al despertar
un cuadro prístino
me aguardaría,
con su fulgor de luz
impregnándome los párpados
de tibieza;
con la brisa exhalando su aliento de pino
y la silueta de una ardilla
sobre el árbol de mango.
Era hermosa la ciudad.
Fui feliz ese instante
previo a la vuelta
al encierro.
El algodón de las ovejas
flotaba en la bóveda
y el pastor del cielo murmuró
un largo suspiro
como un bálsamo:
un recuerdo de ti
Noches blancas
El color blanco en las paredes
de los distintos hospitales
está en los atrios,
en los uniformes de los enfermeros,
en el olor a desinfectante barato
de las habitaciones
que apestan a orina y lágrimas.
El color de mi locura.
La ciudad, al fin, abrió sus fauces
infestadas de hormigas
—súplicas
y muertes—
arrastrándose hambreadas
entre las losas
y dirigiéndose hacia los desagües.
Un indicio
de materia putrefacta,
lúgubre como el dolor
que repta sobre mi cuerpo.
Han sido largas las noches.
Todos sufren,
sé que nadie pudo conciliar el sueño.
Lamento por el sagrado deambular de Caramelo
A Caramelo
No pudieron callarla como rey,
no podrán callarla como reina.
Deambulaba Caramelo bajo los samanes
tan pronto como la tarde ascendía.
Cuando de ella escasearon los avistamientos,
sentí que, de algún modo,
las calles se volvían solitarias
pese al bullicio,
al tránsito de las avenidas,
a los mirones que disfrutan del horizonte travestido
y las mujeres que circulan por esa pasarela
desplumadas.
Algunos le habrán dicho: “qué delgada pajarita,
parece un tucusito”.
Y ella respondería trinando
una melodía encadenante,
a pesar de las jaulas,
de la inclemencia de los árboles,
de los jornales mal comiendo.
A veces limitándose a solo decir:
“¿me puedes ayudar con una harina pan?”
Dirían, asimismo: “pobre Caramelo,
hoy sus ojos parecen uvas”.
—¿Quién te pegó? —una vez le pregunté.
—Los desgraciados policías nos agarraron a mí
y a otros maricones.
Mira cómo me dejaron,
toda coñaceada
y desnuda.
Se robaron mi dignidad
con mi ropa y mis tacones.
¿No tienes unos zapatos para mí?
Y dirán también
que no cuenta con el calor de una manada,
pero en esa ocasión estaban todas reunidas,
un aquelarre de leonas a su alrededor
consolándola,
nutriéndose con su dolor,
ese látigo verbal
de aguijones y piras,
sabiendo que en cualquier otro sitio,
en cualquier otro momento,
podrían ser ellas las damnificadas.
Mas no vengo aquí a entonar la historia del flagelo
y ninguna profecía apocalíptica.
No quiero para ti tantas desgracias Magdalena
florida,
Passiflora mixta.
Vengo a hablar en un lenguaje no aprendido,
el del picaflor que ha contemplado tus pasos finos en la Tierra.
Canto al cielo de nosotros.
Yo
fui testigo,
yo
te vi.
Pese al horror y la escasez,
te recuerdo tierna,
te recuerdo dulce, Caramelito.
Ya no ignoro las voces,
dejé de olvidar los rostros;
me sorprende el crecimiento de las hojas
y el resplandor de nuevos días
con el deseo o la esperanza
de que fabriquemos ese mundo
en el cual decidas volver
para quedarte.

Sobre Hamid
Caracas, 1998.
Principalmente un lector ávido pero indisciplinado. Autor de algún ejercicio poético, participante de talleres, amador de todas las artes.
Me encanta la poesía (¿es esto una obviedad?) y admiro muchísimo la hecha en mi país. Además de alguna vaca sagrada, entre los poetas que me han dejado en absoluta conmoción destaco a Cristina Gálvez, María Alejandra Colmenares León, Juan Lebrun, Pamela Rahn y Eloísa Soto. Cuando busco una idea, contemplo el mundo con atención o reviso los collages de Circeenlaluna. Me gusta citar autores de memoria, como a Antonio Di Benedetto cuando refiere:
Música para mí, la de Bach y la de Beethoven y el cante jondo. Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Coche no tengo. Prefiero la noche, prefiero el silencio.
(Recomiendo aprender a bailar, a nadar y a ahorrar para comprar un carrito).



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